Si pudiera elegir un personaje histórico vivo o muerto con quien tener una cita para charlar, estoy bastante convencida de que escogería a Virginia Woolf, sobre todo si me garantizan que no la iba a pillar con una bajona como la que la llevó al suicicio. Esta decisión la he tomado después de desechar a otros dos angloparlantes como candidatos a esta cita ideal: William Shakespeare, por aquello de que, al parecer, en su día a día era una persona de lo más normal y a Laurence Sterne, básicamente porque creo que le sofocaría estar en presencia de una mujer del siglo XXI y me da la impresión de que la conexión no sería muy natural, al fin y al cabo, por muy extraño que sea dentro de su siglo, no deja de ser un hombre del siglo XVIII. Por otra parte, Virginia Woolf los contiene a ambos, así que me llevaría una especie de tres por uno.
Aún así, he de reconocer que he tardado una barbaridad en leer su obra, debido a graves y estúpidos prejuicios, unos míos y otros impuestos por la propia cultura. Virginia Woolf me venía asociado a estos conceptos: feminismo--resentimiento + suicidio--depresión = aburrimiento, blandurrismo etc... Pero las fuerzas externas que me empujan hacia las lecturas adecuadas en el momento adecuado acertaron completamente cuando me colocaron este libro en las manos, me di cuenta enseguida al encontrarme con este párrafo:
"Así volvía a mi albergue, y al atravesar las calles oscuras meditaba en esto y aquello, como se medita al cabo del día. Consideré por qué razón Mrs. Seton no tenía dinero que dejarnos; y qué efectos ejerce la pobreza sobre la mente, y cuáles la riqueza; y recordé los caballeros rarísimos que vi aquella mañana con estolas de piel sobre los hombros; y recordé que si alguien silbaba uno de ellos salía a galope. Y pensé en el órgano retumbando en la capilla, y en las puertas cerradas de la bibliteca y pensé qué desagradable sería quedarse fuera; y pensé que sería más desagradable quedarse adentro; y pensando en la seguridad y prosperidad de un sexo en la pobreza y la incertidumbre de otro y en el efecto de la tradición y de la falta de tradición en la mente del escritor, acabé por pensar que ya era tiempo de arrollar la cáscara arrugada del día, con sus impresiones y discusiones, con su enojo y su risa, y arrojarlo por la borda. Mil estrellas brillaban en los desiertos azules del cielo. Yo estaba como sola con una sociedad inescrutable. Dormían los seres humanos, postrados, horizontales, mudos. Ni un alma se movía en las calles de Oxbridge. Hasta la puerta del hotel se abrió al toque de una mano invisible, ni un sereno esperaba para alumbrarme; tan tarde era."
Me dan ganas de calificar su estilo de "delicioso", pero me contengo dándome una colleja. La verdad es que me abruma esa capacidad suya de ascender y descender, salir y entrar, mezclar lo suyo con lo de todos, con ese lirismo y ese sentido del humor que solo pueden ser indicio de que estamos ante un ser excepcional.
Por otra parte, su feminismo y su análisis de la historia y la política, no son más que auténtica y pura lucidez:
"Profesores, maestros de escuela, sociólogos, curas, novelistas, ensayistas, periodistas, hombres sin otra calificación que no ser mujeres, acosaron mi pregunta simple, y sencilla. ¿Por qué son pobres las mujeres?, hasta que se conviritió en cincuenta preguntas; hasta que las cincuenta preguntas se tiraron frenéticas al río y las arrastró la corriente".
"Por eso Napoleón y Mussolini insisten con tanto énfasis en la inferioridad de las mujeres, porque si ellas no fueran inferiores, ellos no serían superiores. Eso en parte explica lo necesarias que son las mujeres al hombre. Y también explica lo nerviosos que éstos se ponen bajo la crítica de aquéllas; la imposibilidad de que una mujer opine que tal libro es malo, o tal cuadro es flojo, sin provocar más sentimiento y más ira que si opinara un hombre. Pues si ella quiere decir la verdad, la imagen del espejo se encoge; su capacidad vital disminuye. ¿Cómo puede seguir haciendo justicia, educando salvajes, dictando leyes, escribiendo libros, vistiendo de etiqueta y discurseando en banquetes, si no se puede ver a sí mismo en las horas del almuerzo y de la comida, agrandado dos veces."
"Mi tía, Mary Beton, debo decirlo, murió de una caída de caballo, cuando iba a tomar el aire de Bombay. La noticia de mi herencia me llegó una noche casi al mismo tiempo que pasaba la ley concediendo el voto a las mujeres. Una carta de abogado cayó al buzón y al abrirla supe que tendría quinientas libras al año para toda la vida. De los dos -- El voto y el dinero-- me ha parecido mucho más importante el dinero."
"Es notable, pensé, guardando el cambio en mi cartera, la transformación que una renta fija opera en el carácter de las personas. No hay fuerza humana que me pueda arrancar mis quinientas libras. Alojamiento, ropa y comida son míos para siempre. No sólo cesan la labor y el esfuerzo, sino la amargura y el odio. No necesito odiar a ningún hombre; no me puede hacer mal. No preciso adular a ningún hombre; no tiene absolutamente nada que darme. Imperceptiblemente adopté una nueva actitud hacia la otra mitad del género humano. Era absurdo culpar a una clase o a un sexo; en conjunto.
Grandes masas de gente nunca son responsables de lo que hacen. Obran bajo el imperio de instintos que no pueden controlar. También ellos, los patriarcas, los profesores, tienen que luchar con infinitas dificultades, son infinitos estorbos. De algún modo su educación era tan deficiente como la mía. Había engendrado en ellos fallas no menos grandes. Es verdad que tenían dinero y poder, pero a costa de hospedar en su pecho un águila, un buitre que no cesaba de arrancarles el hígado y de sacarles de raíz los pulmones, el instinto de posesión, la furia adquisitiba que los impulsa a codiciar infinitamente los campos y los bienes ajenos, a dibujar fronteras y banderas, a fabricar barcos de guerra y gases tóxicos, a ofrecer sus vidas y las de sus hijos. Pasen ustedes bajo el arco del Almirantazgo (yo había llegado a ese monumento) o alguna otra avenida dedicada a trofeos y a cañones y piensen en la clase de gloria que se celebra ahí. O miren en el día de sol al corredor de Bolsa y al procurador metidos en su casa para ganar dinero y más dinero, cuando se sabe que quinientas libras al año nos mantienen vivos en el sol. Qué desagradable es tener que mantener esos instintos, reflexioné."
"Ninguna muchacha pudo haber caminado hasta Londres y esperar en las puertas de los teatros y abrirse camino hasta el empresario sin hacerse violencia y sufrir una angustia quizá irracional, porque la castidad puede muy bien ser un fetiche inventado por ciertas sociedades por razones desconocidas, pero no por eso menos inevitable. Entonces, y aun ahora, la castidad tiene una importancia religiosa en la vida de un mujer, y se ha compenetrado de tal modo con instintos y nervios que desligarla y sacarla a la luz del día exige un valor de los más raros. Vivir una vida libre en Londres en el siglo XVI tiene que haber significado para una mujer que era también poeta y dramaturgo una tensión nerviosa y un dilema que bien pudieron matarla. Si hubiera sobrevivido, todo lo escrito por ella hubiera sido retorcido y deforme, fruto de una forzada y mórbida imaginación. E indudablemente, pensé, mirando el estante donde no hay dramas escritos por mujeres, su obra hubiera salido sin su firma. Seguramente hubiera buscado ese refugio. Un resto del sentido de castidad dictó el anónimo a las mujeres aun en el siglo XIX. Currer Bell, George Eliot, George Sand, víctimas todas de discordia interior como sus escritos lo prueban, quisieron ineficazmente velarse bajo un nombre viril. Así rindieron homenaje a la convención, tan abundantemente fomentada por el otro sexo (la gloria principal de una mujer es que no hablen de ella, dijo Pericles, hombre de quien todos hablaban), de que la publicidad en las mujeres es detestable."
Por otra parte, Virginia Woolf es una genial lectora y, a diferencia de otros autores, reconoce siempre que puede sus deudas como escritora. Esa admiración por sus referentes literarios me ha revelado lo sospechosa que resulta su ausencia en los demás. Su conocimiento sobre la obra de otros autores y, especialmente en esta obra, de autoras, le permite llegar a la tesis que defiende en esta conferencia sobre "Las mujeres y la novela" que le invitaron a dar:
"Si una mujer escribía, tenía que hacerlo en la sala común. Y, como se hubo de lamentar Miss Nightingale con tanta vehemencia --"las mujeres nunca tienen una media hora... que sea realmente de ellas"--, siempre la interrumpían. Sin embargo, sería más fácil escribir prosa y novelas en la salita que versos o que un drama. Se requiere menos concentración. Hasta el fin de sus días Jane Aunsten escribía así. "Cómo fue capaz de realizar todo esto --escribe su sobrino en sus memorias-- es sorprendente, porque no tenía un estudio aparte y mucha de su obra tiene que haber sido compuesta en la sala común, sujeta a toda clase de interrupciones. Debía cuidar que los sirvientes o las visitas, las personas que no fueran de su familia, no sospecharan su tarea." Jane Austen escondía sus manuscritos o los tapaba con un papel secante. Además, todo el aprendizaje literario que una mujer tenía en los principios del siglo XIX era la observación de caracteres, el análisis de la emoción. Su sensibilidad había sido educada durante siglos por las influencias de la sala común. Los sentimientos de las gentes estaban siempre ante sus ojos."
Cuando creía que su genialidad no me iba a sorprender ya de ningún otro modo, descubro su humor, su ingenio y su valentía, al hablar, por ejemplo, de lesbianismo:
"Y dispuesta a cumplir mi deber como lectora si ella cumplía el suyo como escritora, volví a la página y leí... Siento cortar de un modo tan brusco. ¿Hay hombres presentes? ¿Me prometen ustedes que esa cortina roja no oculta la figura de Sir Charles Biron? ¿Me lo juran, todas somos mujeres? Entonces les puedo decir qu las primeras palabras que leí eran estas: "A Chloe le gustaba Olivia...".No se asusten. No se sonrojen, Admitamos aquí entre nosotras que estas cosas suceden. A veces a las mujeres les gustan otras mujeres."
Es comprensible que esté al borde de terminar de decir que se trata de algo "Delicios..." Pero, aún hay más, ya lo he dicho antes Virginia Woolf es una gran lectora y una humilde y agradecida gran escritora, por eso sabe muy bien por qué hay que escribir... lo que sea:
Pero, objetarán ustedes, ¿a qué atribuir tanta importancia a la composición de libros por mujeres, cuando, según yo misma admito, requiere tanto esfuerzo, conduce tal vez a que asesinemos a nuestra tía, hace con casi toda seguridad que lleguemos tarde a almorzar, y puede provocar discusiones graves con hombres muy simpáticos? Mis motivos, lo confieso, son en parte egoístas. Como la mayoría de las inglesas incultas, me gusta leer, me gusta leer libros en montón. Últimamente mi régimen ha sido algo monótono: la historia trata demasiado de guerras; la biografía, demasiado de grandes hombres; la poesía ha mostrado, me parece, una propensión a la esterilidad, y la novela, pero ya he destacado bastante mis capacidades como crítica de literatura moderna y no diré una palabra más. Por eso les ruego que escriban toda clase de libros, por trivial o por vasto que sea el tema. Por las buenas o por las malas, espero que ustedes adquirirán bastante dinero para haraganear y viajar, para considerar el porvenir o el pasado del mundo, para soñar sobre los libros y demorarse en las esquinas y dejar que la línea del pensamiento se sumerja hondo en el río".